Así ha intentado el Benfica acabar con la gran maldición del fútbol europeo de Bela Guttmann: «Sin mí, ni en cien años ganarán»
Las palabras de Bela Guttmann pesan en la historia de un club que ha perdido ocho finales europeas desde entonces, aunque el Benfica asegura que la salida de Guttmann fue pactada y que la maldición ni siquiera existe
Bela Guttmann (1899-1981)
Javier Giraldo
05 MAR 2025 13:15
«Soy un profesional, alquilo mis conocimientos por tiempo limitado al que mejor paga». La frase no es de José Mourinho ni de Helenio Herrera, sino del que bien podría ser considerado el padre deportivo de ambos: Bela Guttmann (Budapest 1899-Viena 1981) fue probablemente el primer entrenador mediático de la historia, un técnico con una vida de película, superviviente al Holocausto, doble campeón de Europa y responsable de la gran maldición del fútbol europeo, la que pesa sobre el Benfica desde que el húngaro abandonó el club luso en 1962.
«Sin mí, en cien años este club no volverá a ganar un título europeo», dicen que dijo cuando dejó de ser el entrenador del Benfica. Acaba de proclamarse campeón de Europa, derrotando en la final al Real Madrid (5-3).
El año anterior, 1961, también había sido campeón europeo con el Benfica, superando al Barça en la final: su Benfica fue el equipo que rompió la hegemonía europea del Real Madrid, y quizá envalentonado por ello, pidió un aumento de sueldo al Benfica, de más del 65 por ciento, según algunas fuentes.
El Benfica se lo negó. Y Guttmann, antes de hacer las maletas para viajar a Uruguay y hacerse cargo de Peñarol, pronunció unas palabras que aún pesan como una losa sobre el benfiquismo. La frase exacta baila según la versión, pero su espíritu es el mismo: «En cien años, desde hoy, el Benfica, sin mí, no ganará una copa europea».
La leyenda también cuenta que Guttmann se molestó cuando el Benfica quiso cobrarle el avión y el hotel de su mujer, Mariann, que había acompañado al equipo en un desplazamiento a Nuremberg en la Copa de Europa de 1962.
Lo que en su momento parecía una rabieta fruto de un desencuentro acabó convertido en una leyenda que se ha cumplido fielmente. Desde 1962, el Benfica ha jugado ocho finales europeas, cinco de la Copa de Europa (1963, 1965, 1968, 1988 y 1990) y tres de la Europa League (1983, 2013 y 2014). Las perdió todas.
Cómo contrarrestar una leyenda
Los datos son indiscutibles, pero la maldición de Guttmann admite matices. Al menos, según el Benfica, que ha intentado sacudirse esa condena desde 1962. El club ha intentado contrarrestar el relato oficial de la maldición buceando en la hemeroteca y en los libros de historia. Según el Benfica, la maldición nunca existió porque Guttmann nunca pronunció esas palabras. Y porque -siempre según el club- se fue del Benfica en buenos términos, por voluntad propia.
El Benfica asegura que hasta 1988, nadie en Lisboa había oído hablar de esa maldición. Ese mismo año, 1988, el Benfica volvía a una final de la Copa de Europa y fue entonces cuando un periódico portugués publicó la historia.
De 1962 a 1988
«El día de la final, la ‘Gazeta dos Desportos’ publicó: «Que el Benfica acabe con la ‘maldición’ pronunciada por Béla Guttmann, hace muchos años, que acabe de una vez con el estigma de las finales perdidas, es lo que todos deseamos». Lo recoge de manera textual la web oficial del Benfica.
Esa bola de la maldición se hizo gigante. Tres días después de esa final, que el Benfica perdió en los penaltis ante el PSV, ‘A Bola’ recogió el guante. «Efectivamente, poco después de decidir su regreso a Viena, en el verano de 1962, Béla Guttmann, molesto por pensar que estaba siendo desconsiderado por algunos directivos del Benfica, tuvo este desahogo: ‘Nunca más podrán olvidarse de Guttmann, porque Guttmann hizo en el Benfica lo que ningún otro club volverá a hacer. Antes de 50 años, ningún equipo portugués será campeón europeo. Ningún club portugués será campeón de Europa dos veces consecutivas en los próximos 100 años. Y el Benfica tendrá que esperar más de un siglo para volver a ganar una final europea«.
Eusébio y la visita a la tumba de Guttmann
Dos años después, en 1990, el Benfica regresó a la final de la Copa de Europa. La jugaría ante el Milan en Viena, la ciudad en la que Guttmann estaba enterrado. Así que el Benfica intentó romper el conjunto con su gran mito: Eusébio visitó la tumba de Guttmann. Dejó un ramo de flores y en voz baja, pidió que la maldición tocase a su fin. No hubo manera: al día siguiente, el Benfica perdió la final de la Copa de Europa.
En 2014, poco antes de jugar otra final europea (la de la Europa League ante el Sevilla), el Benfica volvió a intentarlo. Lo hizo a lo grande: inauguró una estatua en recuerdo de Guttmann, que sostiene las dos Copas de Europa que ganó con el Benfica. Pero ni así: el Benfica volvió a perder esa final.
Solo en 2022 los aficionados del Benfica respiraron con cierto alivio: su equipo juvenil se proclamó campeón de la Youth League, la Champions Juvenil. No es el primer equipo, pero algo es algo, pensarían los benfiquistas más optimistas. Los más pesimistas seguirán creyendo que la maldición de los cien años sigue vigente y que no terminará hasta 2062, casi nada.
Bela Guttmann, con la Copa de Europa / –
Sobreviviente del Holocausto y entrenador de época
La vida de Guttmann daría para una película: nacido en Budapest en 1899, formó parte del mítico Hakoah Viena, el club formado por deportistas judíos que brilló en Austria en los años 20. Sufrió la persecución de los nazis. Su padre y su hermana murieron víctimas del Holocausto, pero él logró huir, escondiéndose durante meses en un sótano de la casa de su futura esposa, en el barrio de Újpest, en su ciudad natal. Escapó de Hungría en el invierno de 1944, saltando desde una ventana junto a otros prisioneros que huían de una deportación segura.
Concluida la Segunda Guerra Mundial, Guttmann, que ya tenía 46 años, volvió a los banquillos. Entrenó al Padova y el Triestina antes de hacerse cargo del Milan, a finales de 1953, donde trabajó con los suecos Nordahl y Liedholm.
Poco a poco forjó una personalidad dura, controvertida y poco dada a sutilezas. «Cuando en la mirada del entrenador aparecen los primeros indicios de miedo, ese entrenador está perdido», decía.
También comentó en una ocasión que «el entrenador es un domador de leones: consigue dominar a los animales mientras se muestra seguro de sí mismo e impávido». Solía enfrentarse cara a cara con el jugador que lideraba el vestuario, entre otras cosas para dejar claro que en el equipo solo mandaba él.
Sus enfrentamientos con los directivos también fueron muy sonados. Cuando lo echaron del Milan, dijo: «No soy ni un criminal ni un homosexual pero me han echado».
Siguió trabajando en Italia, pasó un tiempo entrenando al Sao Paulo y en 1958 llegó a Portugal; primero para entrenar al Oporto y, en una decisión que en su día levantó mucha polvareda, porque rompía todos los códigos de honor, dejó el equipo para firmar por el Benfica, eterno rival. «Soy el entrenador más caro del mundo, pero viendo mis logros, en realidad soy barato», justificó.
«Ellos son historia; vosotros sois presente»
A su favor conviene recordar que sabía sacar lo mejor de sus jugadores. Y que era un gran motivador. Cuando el Benfica se midió al temible Madrid de Puskas y Di Stéfano en la final de 1962, Guttmann apeló al orgullo de sus hombres. «Ellos son historia, vosotros sois presente».
En el Benfica hizo historia, para bien y para mal. Rompió su costumbre de no estar más de dos temporadas en un mismo equipo y además de conquistar dos Copas de Europa, hizo algo que cambiaría la historia del fútbol portugués: descubrió a un joven talento llamado Eusébio.
Guttmann, con la banda de 'bicampeón' de Europa / –
De una barbería de Lisboa a la capital de Mozambique
La historia tuvo su miga: Eusébio destacaba en el Sporting de Lourenço Marques, la capital de Mozambique, ahora llamada Maputo. El nombre de su equipo no era casualidad; estaba bajo el amparo del Sporting de Portugal, rival ciudadano del Benfica. Pero Guttmann ya sabía de su existencia, a través de un ex internacional brasileño llamado José Carlos Bauer, con quien coincidió en una barbería. «En Mozambique vi a un chico extraordinario. Quería quedármelo, pero esos tontos me pedían 20.000 dólares», le dijo Bauer.
Guttmann no perdió el tiempo: secuestró a Eusébio, literalmente, para que fichase por el Benfica y no por el Sporting. Lo retuvo quince días en el Algrave, custodiado por dos guardaespaldas, para aislarlo de los cazatalentos del Sporting. «No puede quedarse solo ni un minuto: este chico solo puede jugar en el Benfica», reiteró Guttmann a los guardaespaldas. En su primer entrenamiento con el Benfica, Eusébio deslumbró. Guttmann se giró hacia su colaborador Fernando Caiado, y le dijo, «¡O menino é ouro!» (¡El niño es oro!). Eusébio sería decisivo para que el Benfica ganase sus dos primeras (y únicas) Copas de Europa.
Estatua en honor a Guttmann en las instalaciones del Benfica / –
Negar la maldición para intentar exorcizarla
Guttmann forma parte de la época dorada de la historia del Benfica. Su maldición se ha convertido ya en un clásico, una de las grandes leyendas del mundo del fútbol que sin embargo, sigue validada por una realidad cruel: no hay manera de que el Benfica gane un título europeo.
Pero el club cree que todo es simplemente un mito. Según el Benfica, que se apoya en dos biografías de Guttmann (‘De sobreviviente del Holocausto a gloria del Benfica’, de David Bolchover; y ‘La historia de Bela Guttmann’, escrita por Jeno Csaknady), el entrenador se fue porque quiso, y nunca llegó a molestarse con los dirigentes.
«Guttmann se va. Por su propia voluntad, y dentro de una línea de conducta que solo alteró en favor del Benfica (no estar más de dos años en el mismo club…), se va el artífice de las grandes victorias. Ante todo, saludémoslo. Más allá de lo estipulado por su trabajo como empleado cumplidor y honesto, merece bien nuestra estima; porque se integró de alma y corazón en nuestra mística y ayudó a elevar al Benfica a niveles nunca alcanzados«, publicaba O Benfica, el diario oficial del club, en 1962.
Fantasía o realidad, Guttmann fue un personaje irrepetible. Dijera o no las palabras de la discordia, su legado es indiscutible. Para bien y para mal.